viernes, 14 de diciembre de 2018

SAINETE DEL AMANTE DIVERSO O DEL TAMAÑO DE LA MINORÍA


–Y entonces desperté.
–¡Quieto ahí! ¿Me está diciendo que todo fue un sueño?
–No señor comisario, fue real. Al menos eso me contó Eva, y he decidido que siempre la voy a creer.

El policía hizo ademán de levantarse del sillón, pero barruntó una maldición ininteligible y mantuvo su escritorio como barrera física entre el detenido y su mal humor. Los días lluviosos siempre sufría dolor de cabeza, y eso le agriaba el carácter. Mucho.

–Malditas bajas presiones –masculló mirando la lluvia que caía en el patio interior de la comisaría–. A ver, empecemos de nuevo, deje de apelar a las circunstancias inconfesables y recuerde su circunstancia actual –recalcó abriendo los brazos, queriendo abarcar desde dentro el edificio entero–. ¿Qué hacía usted en un piso franco de un grupo de extrema derecha?

El detenido miró también hacia la ventana y amagó un mohín de nostalgia.

–Fue por la lluvia –comenzó–. Yo andaba con paraguas y ella no, así que le ofrecí atravesar conmigo el paso de cebra hasta los soportales del otro lado de la calle.
–¿Arapiles?
–Sí, iba a una reunión de trabajo allí mismo.
–Pero usted no fue a esa reunión, las cámaras de seguridad del Corte Inglés muestran que entró con ella al establecimiento.

El hombre sonrió de una forma que el comisario no supo interpretar si era melancólicamente bobalicona o sólo pura lascivia. Esa incapacidad de adivinar lo que pasaba por la cabeza del detenido hacía que se lo llevaran los demonios.

–Me enamoré –declaró–. Fue un golpe, señor comisario. Se me paró el corazón nada más verla, luego se aceleró como un potrillo enloquecido y jovial, y no tuve más remedio que entablar conversación con ella e inventarme cualquier excusa plausible para acompañarla a la compra.

El policía abrió la boca para responder, pero no halló las palabras, así que intentando controlar el mal humor se recolocó en su sillón y tomó la fotografía de la interfecta.

–¿Verdad que es un ángel? –preguntó el otro con caída de ojos.

Por toda respuesta, el comisario miró al agente que permanecía de pie en la puerta. Éste, ante la requisición de su superior, se vio obligado a sonreír con cierta lujuria, refutando los sentimientos del detenido. El comisario evitó cualquier atisbo de complicidad con su subordinado y volvió la vista al detenido.

–Señor mío, ¡déjese de gaitas! Usted acompañó a la señorita Brown a comprar productos químicos para fabricar artefactos caseros de gran poder destructivo.
–Pero oiga, es que no llegué a fijarme en nada más allá del movimiento de su cuerpo, sus ojos luminosos pero aterradoramente hipnóticos, como los de un chamán en la noche oscura, ¡su voz! ¡Esa voz es un recital comprimido de Las mil y una noches, señor comisario! Más allá de la punta de sus dedos no había nada. O el deseo de sus yemas en mi piel, ¡o nada! ¿Cómo iba yo a fijarme en lo que compraba? Me limité a sonreír, a galantearla.

El policía se echó hacia adelante, despacio, apoyó los codos en el escritorio, escondió la cabeza en las palmas de sus manos, contó hasta diez y volvió a asomar la mirada hacia el detenido Éste sonreía con la convicción del estúpido feliz.

–Estado de imbecilidad transitoria –murmuró entonces el comisario, recordando una cita de Ortega y Gasset sobre el amor–. ¿Será posible llegar a este nivel? –se preguntó para sí mismo.
–¿Perdone?
–¡Nada! Sigamos. Tras las compras usted volvió a evadir sus obligaciones laborales y acompañó a la acusada a la vivienda situada en Arapiles 16.
–Claro, las bolsas pesaban mucho. Me ofrecí a llevarle la compra.
–Natural… Usted hace galantemente de mozo de carga de una terrorista mientras sus jefes y la embajada de su país denuncian su desaparición y están ¡a esto! –recalcó mostrando los dedos índice y pulgar de la mano derecha– de montar un conflicto diplomático.
–Bueno, tampoco era para tanto.
–Claro que no, ¡todo una estupidez! –respondió con sorna–. Aquí el caballerete vive un romance con la autora intelectual del intento de ¡¡volar por los aires!! la sede de una empresa del ÍBEX 35 cuando horas más tarde se reunieran allí los responsables de negocios de la embajada de Arabia Saudí y de la principal empresa petrolífera de ese país… ¡Y no es para tanto! –zanjó golpeando con ambos puños en el escritorio.
–Yo…
–¡Usted gaitas! Cuénteme: ¿quién había en ese piso? ¿Cuántos eran? ¿Qué hacían?
–Verá, cuando llegamos no había nadie. Y eso enfadó mucho a Eva. Dijo no sé qué de que no llegaban a tiempo. Y me postulé a ayudarla en lo que hiciera falta.
–¿Me está diciendo que se ofreció a preparar una bomba y un lanzagranadas casero para lanzar el artefacto explosivo al edificio de enfrente?
–¡En absoluto señor comisario! ¿Cómo voy a querer zanjar mediante la violencia cualquier cosa? Soy firme defensor del diálogo, de la búsqueda del entendimiento sincero entre los pueblos y del estado de derecho.

El policía señaló con su índice derecho al detenido y lo miró estupefacto. El agente de detrás anotaba en una libreta, asintiendo con admiración a las palabras del detenido.

–Entonces… ¿Qué demonios pensaba que quería hacer su admirada Eva?
–Qué sé yo… Entendí algo de una cena especial porque habló de cocer en su salsa a los cerdos árabes. Reconozco que me pareció extraño aquel menú porque dudo que en Oriente Medio y resto de países árabes exista alguna raza de cerdo, pero yo…

El comisario resopló incrédulo.

–Pero usted sólo quería encamarse con la señorita Brown…
–Oiga ¿qué dice?
–¡Pinchar, meter, empujar, chingar, fornicar!
–Señor comisario, ¡no le consiento que eche al fango del deseo carnal más obsceno el afecto sincero que siento por Eva!

El policía se echó hacia atrás apoyándose en el respaldo del sillón y, por primera vez en todo el interrogatorio, sonrió.

–Usted es como todos, no me venga con esas.
–¿Qué quiere decir?
–Llevábamos semanas siguiendo a esa célula terrorista, tenemos grabaciones de todo lo que se ve por las ventanas del piso desde donde planeaban atentar. Ustedes, fruto de su fogosidad, olvidaron bajar las persianas, o siquiera correr las cortinas.
–Entonces... –el hombre enrojeció y apenas pudo titubear–. ¿Tienen todo filmado?

El comisario sonrió con media mueca. El detenido miró hacia atrás buscando la complicidad o la comprensión del agente que anotaba sus palabras, en la puerta. Éste le guiñó un ojo picarón y puso una mirada que decía con claridad «Eso da para paja».

–Cuénteme –prosiguió el comisario desde la calma de quien sabe que tiene a su interlocutor acorralado–, ¿en serio no sospechó nada cuando tras sus repetidos coitos llegaron los camaradas de la señorita Brown y montaron el pollo al verle allí?
–Y al ver el pollón –murmuró el agente desde la puerta.

El comisario lo fulminó con la mirada.

–Pensé que eran celos de admiradores viendo cómo la mujer amada ha decidido entregar su más preciado tesoro a otro hombre.
El agente anotó: «Cursiladas decimonónicas varias».
–Simplemente una chiquillada –siguió–, unos pobres exaltados que con la madurez sabrán reconducir la rabia y el ímpetu de la juventud.
–¿Eso pensó cuando discutían entre ellos que querían ser el azote de, cito textualmente lo que dijeron en su presencia: «los putos saudíes»? ¿Pensó que era una chiquillada cuando reprocharon a la detenida que todo se echaba a perder porque su jefa estaba entregada al sexo más sucio con alguien como usted?
–¡Oiga! ¿Qué quiere decir con eso de «alguien como usted»?
–¡Usted es negro, copón! –estalló el comisario–. Una supremacista de ultraderecha, la líder de una célula terrorista que pretendía atentar contra representantes diplomáticos saudíes porque piensan que son basura, que son, vuelvo a citar textualmente: «pastores de camellos con suerte, nuevos ricos, gente inferior como los negros pero en vago»… Repito, ¿pensó que era una chiquillada que los energúmenos capaces de proferir tales barbaridades reprocharan a su líder que se sometiera en la cama a un ciudadano negro?

«Y en el sofá, la mesa del comedor, la encimera, la alfombra…», anotó el agente con una sonrisa de admiración.

El detenido tomó aire y reflexionó unos segundos.

–Señor comisario, yo, como el que más, y dada mi situación de minoría racial en este país y de ciudadano en riesgo de exclusión…
–¿Pero qué me está contando, por Dios y por la Virgen? Es usted alto directivo de una gran empresa tecnológica. ¡Gana más dinero que yo!
–¡Otro prejuicio! Como soy rico y estoy bien posicionado, no tengo derecho a incluirme entre los que conforman mi minoría. ¿No ve que estoy doblemente excluido por ser una minoría social dentro de una minoría racial?
–¡Juro que le enchirono por error en un Centro de Internamiento de Extranjeros, así por mis cojones morenos! –amenazó– ¡Al grano!
–Le estaba contando que nadie cree más que yo en el estado de derecho, en la democracia y en las reglas de juego constitucionales para arreglar los problemas que acucian a nuestra sociedad, que incluso en otras naciones de ética gubernativa cuestionable, hemos de defender la transición pacífica mediante consensos hacia regímenes de libertades como el que gozamos en este país en el que estoy tan orgulloso de vivir. No sé si sabrá usted que el orgullo es el sentimiento que…
–¡Ni lo sé ni me importa! ¡Al grano señor mío!
–Qué desagradable es usted, si me permite decírselo…
–Brrrr –amagó con levantarse.
–Quiero decir que, sin aprobar los medios absolutamente facciosos de los amigos de mi idolatrada Eva, analizo el razonamiento de esos muchachos: se sienten agredidos y, debido a la aparente inacción de las autoridades, no nos ha de extrañar que en la fogosidad juvenil tiendan a comportamientos reprobables. Creen que han de intervenir como sea. Señor comisario, la falta de respuesta de nuestras democracias imperfectas a los problemas actuales puede llevarnos a dictaduras perfectas. ¡Eso es terrible! Hay que usar la didáctica con estos muchachos que…
–¡Que usted es negro! ¿Me entiende? ¡Negro! Y su idolatrada pertenece a un grupo supremacista, racista, ultranacionalista. ¿Se entera?
–Exceso de química, señor comisario.

El policía resoplo incrédulo.

–¿Pero usted lo escucha? –interpeló al agente de la puerta.
–Jodida química… –respondió con espontaneidad el subordinado–. Tuve una novia química. ¡Estaba loca! Se llamaba Alicia y yo la llamaba Alí la Química, como el primo de Sadam Husein… Todos los químicos están locos, comisario.
–¡Ya está bien! –estalló–. ¡Deme esa libreta! ¡Largo! Yo terminaré el atestado.
El agente salió contrariado y el comisario se levantó a cerrar la puerta. Luego se sentó sobre el escritorio, frente al detenido, y rebuscó algo entre los papeles que tenía sobre la mesa.
–Escúcheme bien, señor Nguele. Su embajador llamó hace una hora y ha amenazado que si no resolvemos esto, hará cancelar el primer contrato de extracción petrolífera que acaban de conceder a una empresa española.

El detenido asentía en silencio a las palabras del policía.

–Las grabaciones que tenemos en este disco duro –continuó el comisario mostrando un dispositivo electrónico que había en la mesa– se borrarán accidentalmente.
–¿No me las puedo quedar? –aventuró a solicitar, temiendo que fuera su último recuerdo de Eva.
La mirada del policía le dejó clara la respuesta.
–En el informe diremos que usted fue conducido involuntariamente al piso franco gracias al uso de un estupefaciente de efectos similares a la burundanga. Allí, la inhalación de gases de los productos químicos hizo desmayarse a ambos y el atentado fracasó. Entramos a rescatarlo horas después tras la denuncia de su desaparición. ¿Entiende?
–Y entonces desperté…
–Así me gusta.
–Pero… ¿Y Eva?
–Convénzala de que confiese el escondrijo de sus camaradas: tendrá reducción de pena por colaborar con la Justicia.
–Pero, ¿cómo convencerla? –preguntó azorado.

El comisario agitó el disco duro delante de las narices del señor Nguele.

–Si no colabora sufrirá aislamiento total en prisión. Dígale que bajo ese régimen penitenciario, se olvide de revivir con usted lo que hay aquí –sonrió malicioso mostrando el dispositivo electrónico–. Y todo habrá sido un sueño.

martes, 21 de agosto de 2018

TIEMPO DE VALS (Reseña literaria)

En tiempos de individualismo, de vivir deprisa y no ver (o no querer mirar) más allá de lo que nos marcan nuestros dispositivos móviles, tiempos en los que para muchos la solidaridad no dura más que el click que empleas en pasar a la siguiente noticia, foto o publicación; hubo una palabra que se puso de moda: empatía. Imagino que fue a modo de alarma. Ante la falta de empatía, hubo gente que salió en su rescate. Según la RAE, la empatía es el sentimiento de identificarse con algo o alguien, la capacidad de compartir los sentimientos de ese alguien. 

Conseguir que se produzca esa identificación es uno de los retos más difíciles a los que un creador (escritor, audiovisual...) se puede enfrentar. Y hablo de empatía entre los tres vértices del triángulo que conforman en el caso de la Literatura, o incluso del cine, el creador, el personaje y el lector/espectador.



El último libro que he leído se llama Tiempo de vals, segunda obra del periodista, escritor y actor Mario Abril, un "chaval" de 30 años que ha conseguido meterse en la piel de una mujer con los 50 recién cumplidos. En Tiempo de vals este joven autor logra bordar ese lado del triángulo que hace que como lector me crea sin lugar a dudas que quien me está hablando en primera persona a lo largo de esta novela, no es Mario Abril sino Clara Hernández, una mujer que ve cómo su vida ha entrado en vía muerta, atrapada entre la irrelevancia social y un marido que pasó del amor a ser tan solo un sustento económico.

Tiempo de vals habla de los regalos que a veces te ofrece la vida para reiniciar el paso, reincorporarte al baile y encontrar un motivo por el que seguir adelante. Es cierto que en esta novela no es algo casual, no es un Brooklyn Follies de Paul Auster, donde la chispa de cambio salta a escena por una coincidencia, pero hubo ocasiones en las que mientras leía Tiempo de vals su tono me llegó a recordar esa obra neoyorquina de Auster. En este caso el desencadenante de la acción es un mensaje misterioso que la protagonista recibe el día de su cumpleaños, un mensaje que terminará por transportarla a una narración paralela relacionada con su pasado.

La solidez de esta segunda obra de Mario Abril tiene una pata importante en sus personajes, especialmente la protagonista. Salvo algún secundario, están muy bien construidos. Son todos creíbles, alejados de los tópicos clásicos de manual en los que solemos caer los escritores primerizos. Y esto es algo que se agradece, hay aquí madera de escritor con las mejores formas, que aunque tenga que pulir aún algunas cosas para alcanzar una verosimilitud del 100%, sin duda tiene un buen trecho del camino recorrido, necesita aprender poco. Siguiendo con los personajes y con el tema de la empatía, es fácil identificarse en las relaciones que tienen entre ellos, tanto en el fracaso del matrimonio de Clara con su marido como las que se describen en la narración paralela que Clara va leyendo a lo largo de la novela, mucho más dura, y de la que no desvelaré nada más para no destripar. Pero es precisamente la existencia de esa otra narración en paralelo la que te hace avanzar en la lectura. Mario Abril consigue enredarte con la incógnita de saber dónde te lleva esa otra narración y cómo va a influir en la vida de la protagonista. Y al final de la novela he de reconocer que aunque yo sea un "tipo duro", un robotito sin sentimientos como una vez me dijo alguien muy cercano, Tiempo de Vals consiguió emocionarme, llegó a ese punto en el que el autor consigue la empatía entre el lector y protagonista. Otro gran mérito.

Respecto a ese final, he de añadir que aunque algún lector desencantado podría sentirse estafado, como si le hubieran hecho un truco, un engaño en el que te prometían algo que luego no ves que ocurra, en realidad ésa es la virtud de este "truco" de Mario Abril con Tiempo de vals: realmente la solución a nuestros desencantos están delante de nosotros, lo que nos está contando a lo largo de la novela es que las cosas son mucho más sencillas de lo que queremos complicarnos.

Lo demás es sólo tramoya que nos buscamos para poder ejecutar ese vals que es la vida.

jueves, 2 de agosto de 2018

EL BAILE DE LA POLILLA


Horas más tarde, después de haber pasado la noche redactando en un papel en blanco imaginario la despedida declaratoria definitiva, los pájaros al otro lado de la ventana me recordaron que el sol saldría como cada maldita mañana de aquel verano que llegó tarde y de repente. Trinaron que el amanecer reptaba con la misma contundencia con la que la realidad, embozada en una esquina, golpea para robarte cualquier ilusión falsa que te hubieras atrevido a germinar en la almohada.

Los edificios del barrio seguían en pie, los autobuses continuaban atronando abajo en la calle y una polilla bailaba perdida y feliz en la soledad del garaje, convencida de que la noche se había vuelto eterna y las estrellas se alargaban como neones disléxicos. Fuera, en el primer semáforo, alguien con gafas de sol me observó con sospecha y me hizo recordar que la mirada del vampiro sólo la reconoces cuando ya es demasiado tarde, así que conté los tres segundos de calendario tras el parpadeo verde a los peatones y aceleré hacia el punto de fuga ciego del final de la avenida.

Las calles de la gran ciudad a comienzos de agosto no son el refugio de soledad bulliciosa en el que sumergirte anónimo, no son el suicidio personal donde ser consciente de tu insignificancia dentro de la marea de rostros y ojos perdidos entre legañas y pantallas de móvil. Las calles ninguneantes del invierno eran ahora una piscina de agua fría en mitad del desierto, un amplificador de las sensaciones, un repetidor que hace retumbar en tu piel la percepción de ti mismo, la jaula de realidad líquida llena de tu propia consciencia omnipresente.

En cada semáforo retomaba un nuevo párrafo de esa carta digna e innecesaria que necesitaba escribirle, pero las lágrimas tozudas se empeñaban en no acudir en mi auxilio, y las letras todavía no gastadas de canciones traicioneras que lo expresaban todo como yo nunca jamás lo haría me amenazaban con auto referenciarme a modo de burla en un pensamiento circular sin fin.

En mi imaginación supe que la polilla del garaje sólo interpretaba la música perfecta para la letra que aún no había escrito, y no podría volver allí a preguntarle. En algún momento de la mañana se habría esfumado, estaría transformándose en la mariposa que huiría a flores que otro cultivaba en su experiencia; y yo habría perdido la jornada entre tipos que se llamaban Cayetano, deambulando mi ignorancia supina de la vida, deslumbrado de todo lo que ella me habría podido enseñar, tarareando por los pasillos como un despreocupado distractor indiferente, extraviado en el ritmo del canalla triste y desactualizado que la noche anterior hablaba del pasado, recordándome a mí mismo que lo mejor que se puede hacer para ser digno en tu soledad es prometerte que dejarás de cantar.

jueves, 5 de julio de 2018

LA TERRIBLE AMENAZA DE LA POSESIÓN INCONDICIONAL



Era nuestro sueño recurrente, un refugio donde guarecernos los días lluviosos de las salpicaduras con las que el destino nos emborronaba las ilusiones, un cobertizo emocional para cobijarnos en las promesas de un futuro compartido entre los dos, evitando que el chaparrón del día a día difuminase el horizonte que anhelábamos. Era nuestro, sólo nuestro, el rincón exquisito en el que nadie tenía derecho a entrometerse. Nuestro, mío y de ella. Ella. Mi tesoro, mi alma, mi corazón en el suyo, el suyo en el mío. Era mía.

Ilusiones reales que no merecían romperse en mil pedazos por culpa de promesas filibusteras, argumentario de truhán de saldo que me arrebató el futuro y tornó el sueño en una pesadilla constante, en la desazón de saber que sus sonrisas no serían para mí, en el dolor punzante de verme desposeído de mi propiedad proyectada en los años por venir.

¿Qué haría yo sin ella? ¿Por qué se dejó engañar por mi adversario? ¿Qué necedad puede cegar a alguien ante lo evidente?

Maldita ignorante que me lanzó al foso de su olvido como quien tira unos zapatos al final de temporada.

Yo creía en ti. Pero me engañaste, tú no creías en mí y me dijiste que me dejabas marchar cuando quien se iba a las fantasías de otro eras tú.

¿Por qué? Dímelo antes del final...


















lunes, 2 de abril de 2018

NECESIDADES BÁSICAS


Ya se las apañarían para pagar las facturas, que cuando una puerta se cierra una ventana se abre, aunque también es cierto que la vida es como una gran manta que empequeñeció de tanto lavado en caliente para borrar las manchas del destino: si estiras de un lado, destapas otro. Pensaba esto mientras retiraba los neones de color de la fachada y colocaba el nuevo cartel: “Casa de comidas”, sin segundas lecturas. Confiaba en que los antiguos clientes entendieran que los nuevos tiempos ya no admitían negocios viejos como el suyo y que debían buscar en casa la realización de su máxima “Nada comparable a un buen polvo”.

lunes, 19 de marzo de 2018

LIBERTAD CONDICIONAL

Ya se las apañarían para pagar las facturas, siempre supieron cómo escamotear de aquí y de allá para conseguir con qué procurarse sus caprichos y vicios. Así que si ahora consistía en no morir de hambre, el ingenio se les agudizaría, como cuando burlaban los azotes del padre. Fuese como fuese, ella necesitaba independizarse del recuerdo de los embarazos no deseados, de las noches de terror esperando su regreso y de esa existencia que no pidió cuando la casaron con él. Si sus cálculos eran correctos, la indemnización del seguro le daría para vivir sus últimos años en una playa del Pacífico. Si no practicaban la autopsia, claro.

lunes, 12 de marzo de 2018

LA GRACIA DIVINA


Hacía casi dos milenios que lo habían crucificado y ella, desde ese extraño lugar que algunos llamaban Limbo, seguía sufriendo su ausencia como si el mismo Longino la hubiera atravesado a ella con la lanza en el costado. Desde el olvido al que el Padre la había relegado, revivía en sus momentos solitarios, como si fuera ayer, la última vez que lo gozó fruto de su divinidad, las ocasiones en las que su lengua florida la elevaba al éxtasis, cómo sus manos milagrosas obraban terapéuticas en su cuerpo maltratado por tantos... Magdalena, vagando por las estancias de aquella cárcel, suspiraba y pensaba: «Nada comparable a un buen polvo».

SU MASCOTA FAVORITA


Salieron juntos cogidos de la mano, ella ligeramente adelantada, y se detuvieron en el porche sin bajar los dos escalones hasta cerciorarse de que el leñador estaba a una distancia prudencial. Éste bajó su hacha e interpeló a los dos adolescentes.
–Me pareció escuchar a un animal salvaje.
Creo que se fue hacia el este respondió ella temerosa.
El leñador se giró mirando al bosque, iluminado por la luna que en ese preciso momento asomaba entre las nubes.
–O quizá no –añadió dejando que su hombre lobo saltara, ya convertido, sobre el leñador.
La muchacha recolocó su capucha encarnada y entró a ocuparse de la abuela.




miércoles, 7 de marzo de 2018

PODERES


Hacía casi dos milenios que lo habían crucificado y, como ocurre con quien no puede contar en primera persona su propia historia, el tiempo no hizo más que depositar sin remedio capas de óxido, basura y sedimentos intelectuales sobre el legado del hombre, transformando así la figura del héroe en algo muy alejado a la realidad del personaje. La joven estudiante devolvió el libro sobre ese tal Jesús a su estantería y siguió vagando por la biblioteca de la Escuela Internacional de Héroes, dudando si sus poderes sobrevenidos de multiplicar panes o caminar sobre el agua la harían enloquecer de la misma manera, creyéndose hija de un dios.

viernes, 23 de febrero de 2018

OLVIDO


Esa mañana salió de casa con el desasosiego de haber olvidado algo, no sabía el qué.

Sólo al descubrir que no había nadie por las calles dedujo que vagaba espectral y que jamás recuperaría el cuerpo olvidado.

lunes, 19 de febrero de 2018

AMAZONAS


Con los pies a remojo mientras pescaban en la playa iban fantaseando en voz alta sobre lo que harían en el futuro hipotético de una buena pesca. Las olas del Caribe les rendían pleitesía muriendo en la orilla, igual que los corazones de los turistas cincuentones que al verlas pasar soñaban con una segunda juventud, cortesía de alguna mulata veinteañera de curvas imposibles y risa cantarina. Ellas ya habían aprendido que sus sueños se construían con los sueños de otros. En este caso el suyo era pescar con quién escapar del paraíso, igual que un jinete deja atrás su recuerdo en forma de estela de polvo intangible.


lunes, 12 de febrero de 2018

EXIGENCIAS DEL GUION


Se quedaban discutiendo dónde pondrían el sofá, montaban un drama bíblico por el motivo decorativo de la cortina de la ducha, se indignaban tumultuariamente al ser informados de que la piscina de la urbanización sólo podía usarse durante el horario laboral del vigilante, o lloraban desconsolados como párvulos abandonados en la puerta del colegio al comprobar que el tamaño del ascensor no permitía subir la vitrina que ella heredó de su abuela. Después, la pareja de octogenarios abrazaba al tipo desesperado de la inmobiliaria y se marchaban satisfechos de cómo les estaban quedando los ensayos con público real para la representación anual de la residencia de ancianos.

NOUVELLE VAGUE


Se quedaban discutiendo dónde pondrían el sofá minutos interminables, a veces incluso horas, sin ninguna consideración por el resto del equipo que esperaba aburrido, tirado indiferente en el suelo o peleando por el escaso hueco que brindaba la cama. Ella, mientras los escuchaba repetir siempre los mismos argumentos sobre la incidencia lumínica desde la ventana, el espacio disponible para hacer encuadres contrapicados o el contraste cromático con la pared, creyéndose discípulos aventajados de Godard, se preguntaba con cada rodaje si su público realmente apreciaba tales sutilezas. Hastiada, solía pasear sin albornoz, para provocar, mientras releía el guion. El último se titulaba Nada comparable a un buen polvo.

domingo, 11 de febrero de 2018

NOELIA CONTRA EL MONSTRUO DEL CASPIO

Hace unos días unas compañeras de trabajo me pidieron que escribiera un relato para despedir a otra compañera a la que envían a trabajar unos meses a Baku, Azerbaiyán. Me pidieron que fuera un relato corto, de los que suelo escribir. Era un encargo exprés, de un día para otro, y dudaba que pudiera escribir nada decente. Además, yo esa tarde en cuanto saliera de la oficina había quedado casi inmediatamente para cenar con unos amigos, y la idea que se iba gestando en mi cabeza mientras regresaba a casa en la moto daba para una historia de más de las 100 palabras habituales de mis microrrelatos.

Llegué a casa y me puse a escribir. Salió casi de una forma verborreica esta pieza loca y surrealista que viene a continuación, con unas cuantas referencias a las circunstancias de nuestra oficina, y que al día siguiente interpreté frente a la homenajeada con el concurso de otros compañeros de trabajo haciendo los coros:



NOELIA CONTRA EL MONSTRUO DEL CASPIO


Cuenta una vieja leyenda conocida por los pescadores azeríes de la isla de Çirov que, más pronto que tarde, el monstruo del Caspio retornaría de su sueño semieterno para reclamar todo lo que los distintos pueblos ribereños de ese mar le habían ido arrebatando con los siglos.

Cuando caía la noche en las tabernas del puerto de Baku, los más ancianos relataban historias terribles que vivieron en su juventud lejana. Historias sobre barcos que desaparecían arrollados y engullidos por una bestia inmensa que arremolinaba el agua a su alrededor como si de un tifón infernal se tratase. Los taberneros servían vodka frío a todo aquel que aún retuviera en su memoria los hechos de esos días pasados, puesto que mientras más terrorífico era su relato, más público acudía al establecimiento.

–¡Cuentos de viejos! –respondió una vez en uno de esos garitos decrépitos del puerto un joven millenial que, con su Smartphone, su formación occidental y su depurado inglés, había roto con el pasado cultural de su país–. Del Caspio no sale más que caviar y petróleo, lo que nos ha hecho ricos. Dejad de escuchar esas historias absurdas. No hay monstruos en nuestro mar –sentenció antes de salir del local dando un portazo. Evidentemente un millenial allí no pintaba nada. Sólo había ido a hacer una foto para su Instagram y para enseñarla a continuación a sus colegas de los garitos de moda del paseo marítimo de Baku.

–¡Ignorante! –gritó el viejo cuya historia se había visto interrumpida por el joven–. El monstruo del Caspio está a punto de volver. ¡2018 es el año! ¡Y está a punto de pasar! ¡Corred, insensatos!

Esa noche estaba en la taberna el vicealmirante Hasan Asfaraini, director adjunto del Servicio de Inteligencia de la república de Azerbaiyán, que regresó a su casa dándole vueltas a todo aquello, y pasó una noche de pesadillas en la que el monstruo del Caspio terminaba con las reservas de petróleo y de caviar y sumía a todos los países ribereños en el caos y en la pobreza.

A la mañana siguiente, el vicealmirante Asfaraini convocó a su consejo asesor en asuntos esotéricos y expuso sus temores en relación a la profecía del monstruo del Caspio.

–¡Señores! Investiguen, recaben toda la información y prepárenme un informe. ¿Está nuestra nación en peligro?

Los asesores salieron a investigar por todos los rincones del país, a todos los puertos allende el mar, se infiltraron entre las echadoras de cartas de Atyrau, en Kazajstán, preguntaron a quienes leían en los capullos de los gusanos de seda de Astracán, en el delta del Volga, arrancaron con crueldad los dientes de oro a los piratas, aún más crueles, de Turkmenbashi en Turkmenistán para sonsacarles su información, subieron a las cumbres iraníes de Mazandarán para escudriñar en los viejos pergaminos olvidados en las mezquitas de los primeros assassini. Pero uno a uno, los asesores del vicealmirante Asfaraini fueron regresando a Baku, sin ninguna respuesta.

El vicealmirante, apesadumbrado, convocó una reunión con los altos cargos de los ministerios de Energía y de Agricultura y Pesca, para exponerles la gravedad de la situación.

–¿Qué haremos? –preguntó desconsolado el Subsecretario de Pesca–. Nuestro caviar es el mejor de toda la región, es el que nos compra Putin para regalar a Trump.
–¿En serio? –preguntó el joven Pur Nesimi, a la sazón Jefe del Servicio de Supervisión de Proyectos del Petróleo del Ministerio de Energía.
–Efectivamente –confirmó el vicealmirante Asfaraini–. Putin tiene a Trump callado gracias a nuestro caviar. Si los esturiones desaparecen, Putin nos bombardeará como represalia, justo antes de que ese cowboy loco de Trump apriete el botón nuclear mientras grita “Where is my fucking caviar!”.
–Eso es un grave inconveniente –reconoció el señor Nesimi–. En ese caso creo que adelantaré mis vacaciones de Semana Santa, que lo que va por delante, va por delante.


Pero en ese momento la puerta del despacho del vicealmirante Asfaraini se abrió de golpe y el último de los asesores en asuntos esotéricos del Servicio de Inteligencia de la República de Azerbaiyán entró a la carrera arrastrando tras de sí a una anciana cabrera del monte Murovdag, cerca de la frontera con Armenia.

–¡No! ¡Un momento! –gritó el funcionario–. Esta mujer conoce la leyenda, es médium y tiene capacidades para traernos la solución.
–¿Será eso posible? –preguntó el Subsecretario de Pesca.

Pero la vieja cabrera no le escuchó. Se quedó mirando fijamente al joven Pur Nesimi, Jefe del Servicio de Supervisión de Proyectos del Petróleo del Ministerio de Energía. Éste se incomodó por la mirada estrábica de aquella mujer anciana que olía a cabra y que sería seguramente más vieja que el mismísimo monte Ararat, donde encalló el arca de Noé.

–¡Tú lo sabes! –le gritó la mujer sonriendo con una boca en la que faltaban el incisivo superior izquierdo, tres molares superiores, dos inferiores y cinco premolares, tanto superiores como inferiores.
–¿Yo? –preguntó retrocediendo atemorizado.
–Sí, tú, hermoso joven –dijo la venerable señora lanzándose hacia él y propinándole un lascivo beso de tornillo.
–¡Por Alá! ¿Pero qué hace? –preguntó escandalizado el vicealmirante Asfaraini.
–No se apure, jefe –respondió el agente que la había traído–. Es su método para poner en trance a la gente, de forma que puedan canalizar la información que fluye a través de nosotros.
–¿En serio?
–O es eso, o que la vieja besa como los putos ángeles –intervino el Subsecretario de Pesca al ver cómo su colega, el joven señor Pur Nesimi, dejaba los ojos en blanco y empezaba a recitar algo incomprensible.
–¡Callen! –gritó la anciana relamiéndose y limpiándose la boca con el dorso de su mano callosa y arrugada–. La respuesta que buscan ya llega.

A continuación se dirigió al anonadado Pur Nesimi y le preguntó.

–Y ahora, ¿quién nos salvará?
El joven comenzó a hablar.
–Hay una chica que es igual.
–¿Igual a quién? –preguntó el vicealmirante
–Pero distinta a las demás.
–¡No me fastidie! ¿La ha visto?
–La veo todas las noches.
–¿Dónde? –preguntaron todos.
–Por la playa pasear –respondió el joven en trance.
–Cuéntenos más, por el profeta. ¿Qué más sabe?
–Y no sé de dónde viene... Y no sé a dónde va.
–¿Eso es todo? –el vicealmirante se estaba desesperando.
–Hace tiempo que sueño con ella –continuó Pur Nesimi.
–¿Y? –preguntaron todos al unísono, a punto de darles un ataque.
–Y sólo sé que se llama Noelia.
–¿Pero sabe quién es?
–Hace tiempo que vivo por ella.
–¡Déjese de historias! ¡Por el camello de Mahoma! ¿Qué más sabe?
–Y sólo sé que se llama Noelia, Noelia, Noelia, Noelia. Noelia, Noelia, Noelia, Noelia, Noelia, Noelia, Noelia…
–¡Qué alguien busque a esa tal Noelia! –estalló el vicealmirante Asfaraini sacando del trance al joven señor Pur Nesimi, Jefe del Servicio de Supervisión de Proyectos del Petróleo del Ministerio de Energía.
–¿Noelia? –preguntó éste al volver a la realidad.
–Eso es –dijo la vieja cabrera–. Noelia es la elegida para derrotar al monstruo del Caspio.
–¿Y quién es Noelia? –preguntó el Subsecretario de Pesca–. Los esturiones necesitan a Noelia.
–¡Lo sé! –gritó Pur Nesimi, como ya saben, Jefe del Servicio de Supervisión de Proyectos del Petróleo del Ministerio de Energía–. La estoy viendo en mis sueños…
–¡Hable de una vez, por Fátima y todas las sobrinas del profeta! –perjuró el vicealmirante.
–Es una joven ingeniera española que trabaja en uno de los proyectos que tenemos.
–¡Qué la traigan!


Media hora después, una comitiva de coches de policía, camiones de bomberos, tanques del ejército, e incluso un furgón de helados requisado por el vicealmirante, se dirigió a las oficinas de Técnicas Reunidas en Baku para buscar a Noelia, la elegida.

Irrumpieron todos en Técnicas Reunidas, el vicealmirante, el joven Pur Nesimi, la vieja cabrera, el asesor de asuntos esotéricos, el Subsecretario de Pesca, y también la señora del café del Servicio de Inteligencia, a la que le gustaban los saraos más que a Mariano, acompañados de policías municipales, soldados, bomberos de servicio y el repartidor de helados.

La secretaria de recepción preguntó que de parte de quién venían y luego guiñó un ojo a Pur Nesimi y dijo.

–No, qué va, pasen, que estoy tonta, que tenemos aquí a todo un vicealmirante. ¡I got it! Y eso en Burgos no se ve todos los días.

Sin terminar de entender de qué hablaba la secretaria, todos subieron en el ascensor (era muy grande, ni tuvieron que hacer turnos ni usar las escaleras), a buscar a Noelia.

–¿Eres Noelia? –preguntó el vicealmirante Asfaraini al tenerla frente a él.
–Sí, ¿qué quieren? –preguntó un poco contrariada puesto que habían interrumpido la lección magistral que le estaba dando su sabio compañero de trabajo Santiago.
–¡Eres la elegida! –gritó la vieja cabrera del monte Murovdag, cerca de la frontera con Armenia.
–¡La elegida! –gritaron todos los soldados, bomberos, policías, el repartidor de helados y la señora del café del Servicio de Inteligencia.
–¿Yo? Qué va, mujer. Yo soy ingeniera de caminos, canales y puertos.
–¡Perfecto! –asintió el vicealmirante–. Tú canalizarás las fuerzas con las que vencer al monstruo del Caspio, y hallarás el camino para llevarnos a buen puerto.
–Miren, no sé de qué me hablan.
–¿Qué sabes del mar? –preguntó el vicealmirante sin prestarle atención.
–Bueno, yo soy de Madrid, sólo voy en verano –explicó Noelia–. Pero tengo unos compañeros de trabajo que curran en temas dedicados al submarinismo.
–¡Excelente! – dijo el vicealmirante–. ¡Que alguien los busque y los traiga al puerto!


Sin dejarle decir nada más, y dejando a Santiago con la palabra en la boca, salieron todos del edificio con ella: el vicealmirante, el joven Pur Nesimi, famoso Jefe del Servicio de Supervisión de Proyectos del Petróleo del Ministerio de Energía, la vieja cabrera, el asesor de asuntos esotéricos, el Subsecretario de Pesca, los municipales, los soldados, los bomberos, la señora del café y el repartidor de helados, que aprovechó la ocasión para regalar a Noelia un Calippo, que lo aprietas y sube, lo sueltas y baja…

–¡Adiós, adiós, vuelvan cuando quieran! –sonrió desde la puerta la secretaria de recepción–. You're always welcome, darling.

La comitiva, con sus camiones de bomberos, tanques, coches de policía y furgón de helados, se dirigió al puerto a toda prisa y montaron a Noelia en un barco.

–¿Y ahora qué hago? –preguntó ella– Qué he quedado luego con los de Gestión de Contratos.
–Déjese de gaitas y dirija el barco al centro del Caspio –ordenó el vicealmirante–. Mire, por aquí llegan sus amigos los del submarinismo… Que ellos busquen en el fondo del mar al monstruo del Caspio.

Así que Noelia, sus compañeros expertos en submarinismo y el popular Pur Nesimi, Jefe del Servicio de Supervisión de Proyectos del Petróleo del Ministerio de Energía, pusieron la embarcación en marcha y enfilaron la proa hacia el centro geográfico del mar Caspio, en busca de su famoso monstruo.

El horizonte amenazaba tormenta, los esturiones nerviosos saltaban a uno y otro lado del casco del barco. Toda la tripulación vigilaba, estaba alerta, con los nervios de punta, escudriñaban en todas direcciones, esperando que en cualquier momento surgiera de las profundidades del mar algún ser terrorífico y atávico contra el que no sabrían cómo enfrentarse.

Pur Nesimi, el joven y atemorizado Jefe del Servicio de Supervisión de Proyectos del Petróleo del Ministerio de Energía, para ahuyentar al miedo que intentaba atenazarle, empezó a tararear la canción que desde el momento del trance se le había quedado en la cabeza.

–Noelia, Noelia, Noelia, Noelia, Noelia…

Entonces, como si respondiera a esa llamada, un coro de viento metal y potentes voces levantinas surgieron de entre las olas, atronando por encima del ronroneo cansando del viejo barco. A continuación una columna de agua se irguió frente a ellos, y bailó al ritmo de la canción que Pur Nesimi no podía dejar de cantar.

–Noelia, Noelia, Noelia, Noelia, Noelia…
–¡Qué te calles, copón! –gritó ella–. Me vas a gastar el nombre, y encima tenemos al monstruo ese ahí delante.


Pur Nesimi, el joven y atribulado Jefe del Servicio de Supervisión de Proyectos del Petróleo del Ministerio de Energía enmudeció, y con él la columna de agua, que se quedó quieta. Entonces una voz cálida y amable retumbó por todo el cielo.

–¿Quién es Noelia? –preguntó la voz.
–¡Yo soy Noelia! –gritó ella un poco harta de tanto circo.

La columna de agua, en cuyo seno nadaban miles de esturiones, se desvaneció en una gran lluvia de huevas de caviar que cayó sobre toda la tripulación del barco, impregnándolos por completo de su agradable aroma marino. Entonces la voz respondió.

–Y sólo sé que se llama Noelia…

Como un flash, en el cielo se dibujó la cara de Nino Bravo, que entre aplausos y ovaciones de todos los muchachos del submarinismo, les dedicó la canción Noelia antes de desvanecerse en el cielo y prometer no volver nunca más.

–Verás tú los de Gestión de contratos cuando nos vean aparecer oliendo a pescado… –dijo Noelia.

Pero, ¿qué importaba lo que dijeran los de Gestión de Contratos si desde aquel día, y gracias a que ella salvó los sectores estratégicos del país, a propuesta del vicealmirante Asfaraini, el nuevo himno de la República de Azerbaiyán sería la canción Noelia de Nino Bravo, y el retrato de la joven ingeniera española ondearía junto a todas las banderas y escudos que se pudieran contemplar en esa simpática república ribereña del hermoso mar Caspio, un mar ya sin monstruos que atenazaran el sueño de los niños por la noche. A partir de entonces, todos esos niños, antes de dormir, en sus oraciones incluían un ¡Təşəkkürlər, Noelia!, que significa ¡Gracias, Noelia!



lunes, 5 de febrero de 2018

LA INOCENCIA DEL ESTEPICURSOR


Los rincones vacíos de la casa ya desmantelada de los vecinos eran el lugar perfecto para recolectar las pelusas de polvo. Él sólo tenía que, como un explorador surcando mares ignotos, perseguir en su búsqueda al viento que se colaba por las ventanas desvencijadas. Y allí las encontraba, bolas de polvo acorraladas en los recovecos del pasillo, como estepicursores perdidos al final del desierto hogareño, cansadas de buscar a sus moradores. El niño las atesoraba en botes trasparentes robados en la cocina de casa, convencido de que en el próximo rastrillo de primavera sacaría una fortuna. Sólo confiaba en que fuera cierto lo que había escuchado a sus hermanas mayores: «Nada comparable a un buen polvo».

lunes, 15 de enero de 2018

AMOR PROHIBIDO


Pestañeó dos veces para decir que sí, siguiendo al pie de la letra el código que ella le pasó. La niña sintió una alegría incontenible luchando por salir de su interior, por estallar en mil carcajadas, besos y abrazos a aquel chaval misterioso y callado que tanto la había magnetizado con su sonrisa tímida y su cabeza rapada.

Estaba claro que él sentía lo mismo porque repetía insistente el código, sin decir palabra.

Ella le indicó un agujero oculto en la alambrada para que pudieran reunirse. El crío mudo con el tic nervioso cruzó sin comprender a la niña rubia que le hablaba en aquel idioma bárbaro.