lunes, 12 de marzo de 2018

LA GRACIA DIVINA


Hacía casi dos milenios que lo habían crucificado y ella, desde ese extraño lugar que algunos llamaban Limbo, seguía sufriendo su ausencia como si el mismo Longino la hubiera atravesado a ella con la lanza en el costado. Desde el olvido al que el Padre la había relegado, revivía en sus momentos solitarios, como si fuera ayer, la última vez que lo gozó fruto de su divinidad, las ocasiones en las que su lengua florida la elevaba al éxtasis, cómo sus manos milagrosas obraban terapéuticas en su cuerpo maltratado por tantos... Magdalena, vagando por las estancias de aquella cárcel, suspiraba y pensaba: «Nada comparable a un buen polvo».

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